domingo, 6 de junio de 2010

PEDRO MONTEALEGRE (SEGUNDA FECHA)


Pedro Montealegre (Santiago de Chile, 1975)


Es periodista. Reside en Valencia desde el año 2001. Ha publicado los libros Santos Subrogantes (Ediciones de la Universidad Austral de Chile, 1998); La Palabra Rabia (Editorial Denes, Valencia, 2005); El Hijo de Todos (Ediciones del 4 de Agosto, Logroño, 2006); Transversal (El billar de Lucrecia, México D. F. 2007); y Animal Escaso (Ediciones Idea, Las Palmas de Gran Canaria, 2010). Con su segundo libro ganó el IV Certamen de poesía César Simón, de la ciudad de Valencia, y por el mismo le fue concedida la mención honrosa en el Premio Municipal de Poesía de Santiago, el año 2006. Ha sido publicado en las antologías El decir y el vértigo. Panorama de la poesía hispanoamericana reciente 1965 - 1979 (Filodecaballos. Conaculta, México, 2005); Voces del Extremo, Poesía y Vida (Fundación Juan Ramón Jiménez, Moguer, 2006); Diecinueve -poetas chilenos de los noventa- (J.C. Sáez Editor. Santiago, 2006); y en Sin red ni salvavidas. Poesía contemporánea de la América Latina (Secretaría de Cultura de Colima-CONACULTA, México, 2009). Publica en el blog: http://montealegrepedro.blogspot.com/"


Un poema de Pedro Montealegre


ARDER. ARDER. Sabor del salitre que abandona el cuerpo. Hedor. Piel quemada
en medio. Y el beso. Fugar. Fagocito. Fuego. Fatiga. Y la Sal. El recuerdo
contamina. El recuerdo. Égloga del solo que lee las llamas. Yo llamo, él siente
el abrazo del poema. La inanición del poema, similar a él mismo. Sobrevívete, oye
el crujir de maderas, el crujir del hueso cuando se encuentra con hueso.
Todo arde con el incendio. El agua es incendio. Lo indecente reclama
su lugar en el incendio. Lo puro y lo sacro. Arder. Arder. Diga, ¿qué sube
en el termómetro del ojo? Una araña de vapor. Una araña de flúor, de fósforo, dos
átomos de oxígeno y uno de carbono -así se crea un fantasma. Se trata de tierra.
Países como hornos, fraguas de pan, dientes de lava -dulces- miel, delito, dáctilo
de quien estira los labios y quema el placer. Pero hay engaño. Hay doler
en la gramática de quien come. Y otro no. Y otro huele. Perros podridos,
dentadura de perros como flores siniestras, gusanos bellísimos parecidos a hielo
formando estalactitas. La oquedad. La memoria. Arder. Arder. Sudar la hiel.
Pedazo de vidrio llamado ciudad. Tu fuego y tu fuga. Fagocito. Fatiga. Fe, y más
que fe: falacia. Todo arde con el incendio -de sílabas, hombres. Y tú, allí,
revoluciona el repertorio, ¿es de hierro?, ¿es ladrillo? Construcción, no me sirves
para poder vivir. Yo quiero ser todos, llamarada sin causa, más que arder
en direcciones del hábito. No habito. Ser. Manga de polillas contra el lucero. Ser
de polillas destrozadas por la palabra electricidad. Pero hay engaño. Ah, tierra:
con mujeres, hombres, todos aplastados por la bota: Ver: hombres, mujeres.
Muéranse de hambre, la pólvora cante con verdadero esternón. Esternón de ti
golpeando el gong del contramaestre. Yo caigo. Yo caigo. Y tú, ¿qué haces aquí,
si no hay más que arder? Arder. Arder, así la marejada vista desde dentro.
Hambre de palabras, lenguaje cuya estructura es una brasa en llamas, fría, sal
depositada en la lengua y, sin embargo, glaciar. Salitre que abandona.
Niñas entumecidas sin saber qué decir. Ciudad. Cíclope. Hombre. Desterrado.
Delito del poema que se cae de la boca, ya diente, saliva. Vergüenza del aire,
presto a desaparecer. Lo puro y lo sacro. Arder. Arder. Llama el beso
conservado en formalina. Pudrición necesaria. Olor chamuscado. Y fe. Y fin.


Poema de La Palabra Rabia (Denes, Valencia, 2007)


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